El dividendo de la longevidad
Un dividendo demográfico es un grupo importante de personas que constituyen una fuerza de trabajo potencial que en un momento determinado puede hacerse efectiva mejorando con ello la productividad y en definitiva la producción de bienes y servicios.
A lo largo de la historia reciente han existido tres grandes dividendos demográficos. El de las mujeres que se hizo realidad cuando se incorporaron masivamente al trabajo en los años 70 del siglo pasado. El de los jóvenes en las sociedades en desarrollo que bien educados y con las debidas oportunidades podrían ser una fuerza de gran potencia para impulsar sus economías. Y ahora el de los mayores en los países desarrollados, personas entre los 55 y 80 años, que gozan de buena salud y que quieren y pueden seguir trabajando, aun cuando no siempre encuentran las oportunidades para ello.
En sociedades cuya evolución demográfica se define por una escasez de jóvenes debido a la caída de la natalidad y la abundancia de mayores como resultado del envejecimiento estos “ jóvenes-viejos” podrían jugar un papel fundamental en unos mercados de trabajo que van a necesitar más efectivos.
Muchos ya son contratados puntualmente para trabajos esporádicos, la llamada “ gig economy” economía de los pequeños encargos o más informalmente “ economía de los bolos” Otros se convierten en emprendedores sin que la edad sea un impedimento para iniciar una nueva actividad. Un grupo importante desarrolla tareas de voluntariado bien en el seno de sus propias familias o en instituciones de gran proyección social (SECOT; seniors españoles para la cooperación técnica) Y muchos desearían seguir realizando un trabajo formal quizás a tiempo parcial, en el mismo o en otro sector de la actividad empresarial y con un salario redefinido. Pero desgraciadamente este deseo, tan loable como necesario, no encuentra en el empresariado la suficiente sensibilidad. El dividendo demográfico que suponen los trabajadores seniors no podrá serlo mientras no se eliminen ciertos mitos y prejuicios que, infundadamente, definen a los mayores como menos, inventivos o productivos que los jóvenes. Un análisis objetivo de la realidad, y hay muchos ya, no permite sostener esta aseveración.